jueves, 11 de agosto de 2011

HISTORIA DEL ARTE: Arte funerario en el Occidente de México

       
La época prehispánica
Felipe Solís
Ángel Gallegos

Desde los más remotos tiempos de la humanidad, el culto a la muerte, acompañado de sus variadas celebraciones y expresiones manifiestas, ha estado siempre presente en todas las regiones del mundo donde se han desarrollado las más notables civilizaciones de alta cultura.
Una de esas regiones es precisamente Mesoamérica -la gran área geográfico-cultural, propuesta por los estudiosos de la época prehispánica, que comprende el centro y sur de México, Guatemala, Belice, El Salvador, y ciertas porciones territoriales de Honduras, Nicaragua y Costa Rica- donde florecieron, entre el 1500 a.C. y el 1521 d.C., destacados pueblos que practicaron, con devoción y respeto, un complejo ceremonial vinculado al capítulo final de los hombres en la tierra: la muerte.
Particularmente, en el caso del territorio mesoamericano comprendido en la actual República Mexicana, los arqueólogos y especialistas lo han dividido en cinco áreas o regiones menores con el fin de lograr una mejor comprensión de las expresiones culturales y artísticas (en arquitectura, escultura, cerámica, etc.) que desarrollaron los antiguos habitantes de nuestro país durante la época prehispánica; han conformado así: el área Maya, la Costa del Golfo, Oaxaca, el Altiplano Central y el Occidente de México. Esta última es, precisamente, la región que en esta ocasión nos ocupa.

Occidente de México
El Occidente de México, ambiente geográfico
El Occidente de México agrupa los actuales estados de Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y Sinaloa, todos ellos integrados -con excepción de Guanajuato que se ubica justo en el centro del país- a la vertiente del Océano Pacífico, vía que debió servir durante los tiempos prehispánicos como medio de comunicación a los diversos pueblos que la atravesaban, estableciendo con ello contactos culturales con sitios y lugares a veces tan lejanos como lo son Colombia y Ecuador, en Sudamérica.


Representación de un guerrero, procedente de Jalisco, cultura de la Tumbas de Tiro.
Como podemos suponer, la amplia extensión que el Occidente de México comprende tiene una geografía de notable variedad que presenta, además de la costa del Pacífico, por lo menos cuatro grandes zonas ecológicas de características contrastadas:
•          La sierra volcánica, de abrupta topografía e integrada por numerosos volcanes pertenecientes a las cadenas montañosas que recorren el país, tanto de la Sierra Madre Occidental como del Eje Neovolcánico.

•          Las mesetas del Bajío, limitadas por esas cadenas montañosas que, con el paso del tiempo, dieron lugar a la formación de maravillosas cuencas lacustres, entre las que destacan las de Pátzcuaro, Cuitzeo y Chapala, donde el clima imperante es siempre templado, con lluvias en verano, que resultan en una vegetación siempre verde, coronada generalmente con tupidos bosques de coníferas.
•          Las ricas praderas cercanas a los principales ríos como el Balsas y el Santiago.
•          Existen también pequeñas zonas como "El Infiernillo", donde además del tremendo calor y la sequedad, la vegetación dominante es de tipo semidesértico.
De esta manera, el Occidente de México se constituye como un mosaico geográfico de gran variedad topográfica y ecológica que  sirvió como marco perfecto para el nacimiento y desarrollo de enigmáticas culturas que se manifestaron plásticamente con un arte propio, rico en aportaciones formales y estilísticas, presente en fabulosos entierros funerarios.
Los tiempos preclásicos en el Occidente de México
Durante la época aldeana, mejor conocida por los especialistas como el preclásico -que comprende más de 15 centurias anteriores a la era cristiana-, se desarrollaron en el Occidente de México, específicamente en el área de Michoacán y Guanajuato, varias culturas (entre ellas las llamadas culturas Capacha y Chupícuaro) que se caracterizaron por la elaboración de un arte campesino cuya expresión plástica se identifica por pequeñas esculturas modeladas en barro que representan en su mayoría a mujeres -que son, probablemente, tempranas manifestaciones del culto a la diosa madre y a los poderes del ámbito femenino de la naturaleza, muy similares a las que se producían durante esa misma época en el Altiplano Central-; así como cientos de recipientes cerámicos simétricamente decorados, donde predominan las formas geométricas.
Fue también durante aquella lejana época, que se inició entre los aldeanos la tradición de ofrendar a sus muertos con objetos que acompañaban a los cuerpos en los entierros, los que generalmente se realizaban debajo de sus casas habitación con el propósito de vincular así a los muertos con sus familiares vivos. De esta manera, la vida y la muerte se fusionaban en un círculo vital eterno.

La tradición de las Tumbas de Tiro
Ya en el transcurso de la era cristiana, desde el primer siglo y hasta finales del séptimo, ocurrió en Mesoamérica el florecimiento del mundo clásico, caracterizado por un importante desarrollo social y urbano que dio lugar al surgimiento de poderosas ciudades-estado cuyos ejemplos más conocidos son Monte Albán en Oaxaca y Teotihuacan en el Altiplano Central, así como muchas capitales del mundo Maya. Por su parte, en el Occidente de México no florecieron  grandes ciudades, mas sí existieron algunos centros ceremoniales de arquitectura permanente, con presencia de basamentos piramidales, como los que aún se conservan en el Ixtépete, Jalisco, en el Chanal, Colima, o en Ixtlán del Río, Nayarit. Sin embargo, y ante la ausencia de una arquitectura monumental como la que caracterizó a otras áreas de Mesoamérica, la verdadera expresión cultural que identificó a gran parte del Occidente de México, desde Michoacán hasta Nayarit, fue la llamada "tradición de las Tumbas de Tiro".
Esta tradición se caracteriza porque en terrenos muy compactos y de gran solidez como los de tepetate, los antiguos habitantes de la región excavaron profundas tumbas con tiros de sección rectangular o circular, con una profundidad promedio de cuatro metros (aunque como excepción tenemos la descubierta en Eztalán, Jalisco, que tiene un impresionante tiro de 16 metros), en cuyo fondo, y mediante túneles de comunicación, excavaron verdaderas cámaras funerarias donde depositaban, solemnemente, los cuerpos de sus muertos acompañados de ricas ofrendas.

Figura femenina que rtepresenta a una mujer desgranando maíz, procedente de Nayarit, cultura de la tumbas de Tiro.

Se supone que estas tumbas fueron excavadas justo debajo de los conjuntos arquitectónicos, tal como se hiciera en los tiempos preclásicos, aunque de éstos, hasta hace no mucho tiempo, poco se sabía.
Entre los objetos que conforman el ajuar de estos espectaculares entierros se han descubierto platos, vasijas y, sobre todo, hermosas figuras huecas, modeladas en arcilla, que representan hombres y animales de diversos tamaños -algunas de ellas sobrepasan el metro de altura- que son, sin lugar a dudas, las verdaderas obras maestras de arte que caracterizan al Occidente de México.


Fue durante los años que corresponden al periodo clásico mesoamericano que los habitantes del Occidente, verdaderos artistas, explotaron todo su ingenio y creatividad para elaborar estas figuras de barro cocido, especialmente las de grandes dimensiones, con las que representaron hombres y mujeres en posiciones que nos reflejan muchas de las actitudes de su vida cotidiana, inclusive en poses guerreras y hasta con enfermedades copiando también, primorosamente, las plantas y los animales con que convivían.
Debemos insistir en que éste es un arte de carácter funerario pues la finalidad de quienes realizaron las obras y las depositaron en los entierros acompañando los restos de los difuntos junto con otros ornamentos y varios utensilios, era recrear la vida de éstos para que de esa manera su alma efectuara, sin contratiempo alguno, su largo viaje al reino de los muertos.
Cabe mencionar que en estas manifestaciones plásticas hay una insistencia mayor hacia el naturalismo. Esto nos indica que al no existir, en el Occidente de México, estructuras políticas de gran complejidad que impusieran imágenes, formas o estilos -como ocurriera más tarde en la época mexica-, la creatividad de los alfareros no se veía limitada, reflejándose ello en la diversidad y riqueza de sus notables figuras. Fue precisamente en la talla de estas esculturas huecas de carácter funerario, de dimensiones mayores, donde el arte del Occidente alcanzó sus niveles más excelsos, pues todas son de gran calidad técnica y cada una posee un sello y una belleza individual. En ellas podemos distinguir también estilos diferentes, según la región donde fueron descubiertas.
En Colima, por ejemplo, se elaboraron figuras de seres deformes, jorobados o enfermos en las que, con gran detalle, los artistas acentuaron las características de las diferentes problemáticas físicas de su tiempo. De Colima son también las figuras de animales que ocasionalmente son vasijas; de este conjunto, destacan por su gracia y riqueza en el detalle, los famosos perros gordos, que el maestro Diego Rivera tanto admiró y coleccionó hacia los finales de la primera mitad de nuestro siglo; ellos son hermosas representaciones del famoso xoloizcuintli o perro de los antiguos habitantes de México, que en ocasiones era también sacrificado y enterrado junto con el difunto para que le sirviera como guía por los oscuros y fríos caminos que los conducirían hacia el inframundo.
Las esculturas encontradas en Jalisco nos muestran individuos con rostros grandes y mujeres robustas que lucen orgullosas su desnudez, así como guerreros vestidos con armaduras que empuñan ferozmente sus armas manteniendo posición de ataque.
De Nayarit, específicamente de Ixtlán del Río, provienen las figuras de hombres y mujeres que se distinguen porque portan múltiples arillos de metal colgados en los lóbulos de sus orejas o bien en la nariz, como debieron de usarlos en aquella época, de la misma manera que muchas personas hoy se decoran diferentes partes de su cara y de su cuerpo con aretes.
Perro regordete. Procedente de Colima, cultura de la Tumbas de Tiro.
Hacia el siglo XIII, ya en el periodo que los especialistas llaman el posclásico, ocurrieron cambios notables en la región que actualmente corresponde al estado de Michoacán, específicamente en los alrededores de la cuenca lacustre de Pátzcuaro, donde surgió y se consolidó la formación estatal, hablante de la lengua purépecha, que debió toda su fuerza y poder al militarismo que practicó: el Imperio Tarasco.

Ya para estos tiempos los tarascos dominaban, entre otras cosas, la metalurgia del oro, la plata y el cobre realizando, inclusive, las primeras aleaciones de bronce, metal con el que fabricaron tanto herramientas de trabajo como armas que debieron de contribuir para reafirmar el poder del Imperio Tarasco sobre el Occidente de México.

Guerrero, cultura de las Tumbas de Tiro
Este aguerrido pueblo tuvo como capital la ciudad de Tzintzuntzan, donde aún sobrevive el peculiar conjunto arquitectónico conocido como Las Yácatas; esta ciudad fue contemporánea de México-Tenochtitlan, la famosa capital del Imperio Mexica.


Mujer adolescente. Procedente de Nayarit, cultura de la Tumbas de Tiro
Según los relatos históricos, el Imperio Tarasco y el Mexica, los más poderosos estados militares de la época, sostuvieron hacia la segunda mitad del siglo XV dos violentos enfrentamientos con resultados funestos para ambas partes. Mas el destino no permitiría un tercero, pues a mediados de 1519 asomaron por las costas del Este los navíos capitaneados por don Hernán Cortés, dando con ello inicio a la conquista de México, la que culminó con los resultados ya conocidos.
Tras la hecatombe de la conquista, las ciudades capitales de estos dos imperios fueron destruidas para dar paso a la Colonia española, sobreviviendo, afortunadamente para nosostros y para las generaciones futuras, la importancia cultural de sus habitantes, así como el invaluable tesoro de ésas, sus maravillosas obras artísticas.


Bibliografía
De la Fuente, Beatriz. Arte prehispánico funerario-El Occidente de México. México, Colección de Arte 27, UNAM, 1974.
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"Escultura en el Occidente, periodos Preclásico a Clásico temprano", en: El arte mexicano, Tomo 3, arte prehispánico III, México, Salvat Mexicana de Ediciones, S.A., pp. 412-428, 1982.
Piña chan, Román. Mesoamerica-Ensayo histórico cultural, Memorias VI, México, inah, sep, 1960.
Solís Felipe, Tesoros Artísticos del Museo Nacional de Antropología, México, M. Aguilar Editor, S.A. de C.V., 1991.
Soto de arechavaleta, Dolores, "La Tradición Cultural Teuchitlan", Arqueología Mexicana, vol. 11, No. 9, agosto-septiembre, pp. 43-46, México, Editorial Raíces, S.A. de C.V., 1994.

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